Edward Rojas, Premio Nacional de Arquitectura 2016
Necesitamos recuperar la tuición ética del ejercicio de nuestra profesión
Cuando me enteré que la Ceremonia de Entrega del Premio Nacional se iba a realizar en el GAM, me acordé de que hace casi un millón de años, estando en Vicuña, mi madre doña Emilia del Carmen Vega Bolbarán se enteró de que ese día iba a pasar la caravana fúnebre que acompañaba a dejar y enterrar en Monte Grande los restos mortales de la gran poetisa Gabriela Mistral. Con la voluntad de hierro que la caracterizaba, mi madre consiguió pasajes en una vieja góndola con carrocería y bancas de madera y partió con sus tres hijos. Cansado por la lentitud del cortejo, agobiado por el polvo y el calor, me quedé dormido; mi madre al darse cuenta me despertó suavemente y me dijo:
-Hijo no te duermas, hemos hecho un enorme esfuerzo con tu padre para pagar los pasajes, para que ustedes estén aquí, para que sean parte de esta historia, la de haber acompañado a su última morada a Gabriela Mistral.
Por lo mismo me conmueve estar aquí, en este histórico lugar, que lleva el nombre de la maestra rural y Premio Nobel de Literatura, acompañado de mi anciano padre y mis hermanos presentes, ahora muy despierto recordando a mi madre y siendo parte de otra historia, la de agradecer el honor y asumir el compromiso que significa ser reconocido por mis pares como Premio Nacional de Arquitectura 2016.
Premio que me sitúa junto a grandes arquitectos cuyas teorías y obras orientaron y enriquecieron mi forma de pensar, hacer y enseñar la arquitectura, la que se cruzaría como en un collage con la libertad y la forma de hacer que proviene de un mundo vernáculo mucho más antiguo.
Sus nombres y sus modernas obras se me presentan hoy, diría García Márquez: «como sombras tutelares, pero también como el compromiso a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció una simple justicia, pero que en mi entiendo como una más de las lecciones con las que suele sorprendernos el destino».
Soy un convencido de que las lecciones que nos puede entregar una buena y gratuita Educación Pública, son el gran instrumento capaz de liberar los talentos a partir de nuestro origen e identidad; mi propia historia es prueba de ello. Mi madre siempre nos decía que la educación era lo único que unos padres mineros le podían heredar a sus hijos.
Y en honor a esa herencia, es que esta noche más que intentar elaborar en una clase magistral un sesudo ensayo teórico y académico que explique mi obra o de cuenta de lo que hemos llamado “Arquitectura del Lugar”, prefiero esbozar ante ustedes como si fuese un collage, fragmentos memorables de vida que hablan de lecciones, aprendizajes y enseñanzas, junto a la evocación de personas o lugares que como destellos de luz han sedimentado la impronta de mi labor.